El geositio se encuentra unos 200 metros aguas abajo del viejo puente mesteño y explica muy bien uno de los fenómenos producidos por la erosión fluvial en las duras rocas que se encuentran en el cauce de los ríos.
Se trata de las llamadas “marmitas de gigante”, una expresión que, aunque tenga ese matiz fantasioso, es un término geológico que alude a grandes concavidades, casi esféricas, originadas por la capacidad erosiva de las aguas fluviales favorecida por las discontinuidades del lecho y por el material sólido que arrastran durante su tránsito por zonas rocosas. Localmente reciben el nombre de “pilones” o “pilancones”.
Se forman en los cauces de los ríos por la acción giratoria de cantos rodados muy duros cuando, arrastrados por la corriente, caen en alguna pequeña depresión o concavidad en el fondo del cauce. Al girar, por el movimiento de las aguas, los duros fragmentos rocosos dentro de esas concavidades, éstas se van redondeando, al mismo tiempo que sus paredes se agrandan en anchura y en profundidad formando las “marmitas de gigante”.
La dureza de los fragmentos tiene que ser similar o mayor que la de las rocas en las cuales se forma la concavidad. En este geositio se trata de los cantos rodados de cuarcitas transportados por el río Ibor, y las rocas donde se forman las cavidades son granitos porfídicos (granitos con grandes cristales de feldespato ortosa) muy fracturados por diaclasas ortogonales (fracturas horizontales y verticales). Los lugares de intersección de estas fracturas pueden constituir los huecos que favorezcan el inicio de las futuras “marmitas de gigante”. Se trata, por tanto, de un buen ejemplo de erosión fluvial intensiva originada por remolinos, pero también hay cierta influencia tectónica (con presencia de diaclasas) en su morfología y en su distribución a lo largo del cauce.