Los via crucis de Peraleda de San Román y de Valdelacasa de Tajo son buenos ejemplos de monumentos devocionales de tradición castellana. En torno a ellos se celebraron durante siglos actos religiosos, no solo en Castilla, sino en zonas bajo su influencia, como La Jara, cuyos pueblos más occidentales pertenecen a Extremadura y, más concretamente, al Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara.
La costumbre de hacer un recorrido por las distintas fases de la pasión de Jesús nació en Tierra Santa. Consistía en transitar por cada uno de sus lugares significativos, desde el prendimiento hasta la sepultura, en los que se llevaba a cabo una oración. Desde el siglo IV, en la época del emperador Constantino, existió un importante movimiento de peregrinación hacia Jerusalén para realizar este rito.
En el siglo XVII, el papa Inocencio XI, a la vista de las dificultades que para los fieles suponía viajar hasta Tierra Santa, dio permiso a los franciscanos para reproducir las estaciones penitenciales en sus iglesias. De este modo se facilitaba que el culto se extendiese al mayor número posible de feligreses.
Posteriormente, se comenzaron a construir via crucis fuera de los recintos religiosos, convirtiéndose en monumentos de muchos pueblos y villas. Tradicionalmente estos se componían de catorce estaciones que representaban escenas de la pasión de Jesús, desde su condena a muerte hasta la sepultura. Habitualmente los via crucis eran levantados en las afueras de los pueblos o en los caminos de estos a alguna ermita o templo. Aun hoy, su presencia sigue vinculada, en algunos casos, a festividades religiosas colectivas, sobre todo relacionadas con la Semana Santa.