12-LA MINERÍA ROMANA

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El subsuelo del Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara encierra ricos recursos mineros que ya desde la antigüedad captaron la atención de los distintos pueblos que habitaron su territorio. Sin embargo, no fue hasta la época romana cuando se abordaron proyectos a gran escala para la extracción de minerales de las entrañas de la tierra. Estaño, hierro y cobre eran algunos de los codiciados metales que se podían obtener en la zona. Testimonio de aquella importante actividad minera son algunos de los más interesantes vestigios que encontramos en el Geoparque.

Ya en los inicios del siglo I de nuestra era, el viajero, historiador y geógrafo griego Estrabón, en el volumen dedicado a Iberia de su magna obra Geografía, describía las estribaciones situadas en la orilla septentrional (norte) del río Anas (el actual Guadiana) como «montes metalíferos que se extienden hasta el Tágos (Tajo)». Una referencia que englobaba el territorio del Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara.
Uno de los lugares que podemos considerar como un auténtico centro minero hace dos milenios es el geositio cerro de San Cristóbal. La riqueza mineral de este enclave se basa especialmente en su abundancia de casiterita, un mineral de estaño. En la época prerromana este metal ya tenía una importancia crucial porque, junto con el cobre, forma parte de la aleación que da lugar al bronce. Por este motivo se supone que las minas romanas que existieron en este lugar fueron precedidas por otras que funcionaban desde más de un milenio antes.

Desde Logrosán partían antiguas rutas de comercio del estaño que llevaban el metal a otros territorios. Pero en el cerro de San Cristóbal no se limitaban a la extracción del mineral, sino que también se dedicaban a la metalurgia, como atestiguan los restos de escorias de fundición, crisoles y moldes que han sido encontrados en la zona. La importancia de este aprovechamiento dio lugar a un asentamiento conocido como el pagus o vicus de la morra de San Cristóbal.

En el término de Castañar de Ibor hallamos otros vestigios de la minería romana, sobre todo en las cercanías del curso del río Ibor. Allí se concentran una buena parte de las minas y la mayoría de las instalaciones de transformación del mineral de esta época. No solo hay antiguas bocaminas, sino también numerosas catas o pequeñas galerías con poca profundidad. En ocasiones se ha especulado con que el magnífico castañar en el que se ubica esta zona minera debe su origen al uso que daban los romanos a la madera de castaño. En efecto, la usaban para apuntalar galerías, para construir ingenios, para hacer vigas, estacas… por lo que era una especie arbórea sumamente apreciada por los mineros.

Cerca de Peraleda de San Román, a unos tres kilómetros al sur, se sitúa el valle del Gualija y próxima al río se encuentra la mina Marialina, de época romana, cuyos mineros provenían de la vecina ciudad de Augustóbriga (la antigua Talavera la Vieja, hoy sumergida bajo las aguas del pantano de Valdecañas). De esta explotación se extraía cobre y galena, de la que se obtiene el plomo. En época moderna, a partir de 1871, este yacimiento volvió a trabajarse, por parte de una compañía inglesa, con el nombre de mina Triunfo de San Julián. La última concesión para su explotación se remonta a 1917, estando actualmente abandonada, aunque los restos de sus instalaciones son visibles para quien visite la zona. Precisamente el valle del Gualija, San Román y la mina Marialina, es un geositio del Geoparque.

Además de los ya descritos, en Las Villuercas y en Los Ibores existe otro curioso modelo de explotación minera que se hacía en época romana. Son las ‘caverminas’, cuevas excavadas en las cuarcitas armoricanas de las sierras para buscar el mineral del hierro. Concretamente, este metal era extraído a partir de óxidos e hidróxidos de hierro como limonita, oligisto y goethita, mediante el uso de fuego y agua fría que permitían la fragmentación de la dura cuarcita. Normalmente estas oquedades estaban asociadas a pequeños hornos de fundición, como atestiguan los restos de escorias de fragua en sus inmediaciones. Por su tamaño, son representativas las ‘caverminas’ de la cueva de la Mora, en el Risco del Castillo de Cañamero; el Cancho de las Narices, en Castañar de Ibor; la cueva de los Maragatos, en Guadalupe; la cueva de Peña Amarilla, en Alía; la cueva de los Doblones, en Alía; y otras muchas repartidas por todos los afloramientos de estas comarcas.