El subsuelo del Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara encierra ricos recursos mineros que ya desde la antigüedad captaron la atención de los distintos pueblos que habitaron su territorio. Sin embargo, no fue hasta la época romana cuando se abordaron proyectos a gran escala para la extracción de minerales de las entrañas de la tierra. Estaño, hierro y cobre eran algunos de los codiciados metales que se podían obtener en la zona. Testimonio de aquella importante actividad minera son algunos de los más interesantes vestigios que encontramos en el Geoparque.
Ya en los inicios del siglo I de nuestra era, el viajero, historiador y geógrafo griego Estrabón, en el volumen dedicado a Iberia de su magna obra Geografía, describía las estribaciones situadas en la orilla septentrional (norte) del río Anas (el actual Guadiana) como «montes metalíferos que se extienden hasta el Tágos (Tajo)». Una referencia que englobaba el territorio del Geoparque Mundial de la UNESCO Villuercas-Ibores-Jara.
Uno de los lugares que podemos considerar como un auténtico centro minero hace dos milenios es el geositio cerro de San Cristóbal. La riqueza mineral de este enclave se basa especialmente en su abundancia de casiterita, un mineral de estaño. En la época prerromana este metal ya tenía una importancia crucial porque, junto con el cobre, forma parte de la aleación que da lugar al bronce. Por este motivo se supone que las minas romanas que existieron en este lugar fueron precedidas por otras que funcionaban desde más de un milenio antes.
Desde Logrosán partían antiguas rutas de comercio del estaño que llevaban el metal a otros territorios. Pero en el cerro de San Cristóbal no se limitaban a la extracción del mineral, sino que también se dedicaban a la metalurgia, como atestiguan los restos de escorias de fundición, crisoles y moldes que han sido encontrados en la zona. La importancia de este aprovechamiento dio lugar a un asentamiento conocido como el pagus o vicus de la morra de San Cristóbal.