01-EL REGISTRO PALEOLÍTICO DE LAS RAÑAS DE ALÍA, LOGROSÁN Y CAÑAMERO

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Las rañas de Alía, Logrosán y Cañamero, zonas elevadas en forma de meseta, son un importante yacimiento en el que se puede constatar la presencia humana desde el Paleolítico Medio, hace entre cien mil y cuarenta mil años. Uno de los hechos más destacados es que no solo hay vestigios de nuestra especie, sino también de los neandertales. En estas rañas podemos encontrar diversos ‘talleres’ de fabricación de herramientas líticas (de piedra). Básicamente lascas que podían ser utilizadas como raederas, para curtir pieles o, tras numerosos retoques, como puntas de lanza o de flechas.

El registro paleolítico más notable del territorio comprendido en el Geoparque Mundial de la UNESCO Villuerca-Ibores-Jara se ciñe al Paleolítico Medio, hace entre cien mil y cuarenta mil años, bajo el predominio de la tradición lítica musteriense. De hecho, los vestigios en esta zona son exclusivamente líticos, basados en numerosos hallazgos de cantos rodados de cuarcitas tallados. Estos útiles fueron elaborados mediante la denominada talla Levallois. Gracias a esta técnica, se podían obtener varias lascas a partir de un núcleo de cuarcita.
Una de las particularidades de estos hallazgos es que se encuentran sobre las rañas de Alía, Cañamero y Logrosán, al aire libre. Es un contexto muy distinto a las terrazas fluviales, cuevas o abrigos rupestres, en los que tradicionalmente se centraban los estudios de esta época. Otro dato que convierte al yacimiento en excepcional es la presencia constatada de ocupación del territorio por parte, no solo de grupos humanos de nuestra especie, sino también de neandertales.
Las rañas son grandes formaciones sedimentarias. Están constituidas por amplias capas superpuestas de materiales arcillosos, arenosos y cantos rodados de cuarcitas, arrastrados por las aguas fluviales y depositados en estas llanuras o cuencas sedimentarias en las que se ven ahora.

Los materiales proceden de la progresiva erosión que se fue produciendo hace unos dos millones y medio de años, a causa de movimientos tectónicos producidos durante la última fase de la Orogenia Alpina y del clima tropical de finales del terciario y principios del cuaternario. Periodos con clima de sabana (muy secos), se alternaron con otros mucho más lluviosos, en los que las fuertes precipitaciones arrastraron en avalancha los materiales erosionados, formando las rañas. Las rañas de Cañamero, Alía, Logrosán y Valdecaballeros constituyen en su conjunto una extensa planicie amesetada, delimitada por fuertes pendientes, abierta hacia el sur y con el vértice superior apuntando al valle del río Ruecas. Durante el Pleistoceno Medio, estas mesetas albergaron ecosistemas con una rica biodiversidad, en la que se alternaban bosques templados con lagunas permanentes, arroyos y praderas, en las que abundarían la fauna piscícola y los grandes herbívoros. A ello había que sumar la cantidad de cuarcitas de gran dureza, óptima para los procesos de talla, la disponibilidad de arcilla para elaborar rudimentarios recipientes y cabañas, una topografía muy accesible que facilitaba los movimientos y la visibilidad del territorio. Todos esos elementos conformaban el hábitat perfecto para las primeras comunidades de cazadores y recolectores en aquella temprana fase de la humanidad.

En lugares estratégicos, como zonas elevadas junto al borde de las mesetas, cerros aislados, manantiales y lagunas, se han localizado lugares de ocupación o ‘talleres’ de fabricación de herramientas líticas. La información aportada recientemente por estos enclaves cubre parte de las grandes incógnitas que se tenían hasta ahora sobre este periodo de nuestro pasado remoto. Los restos nos permiten valorar los distintos modelos de ocupación del territorio – tanto por parte de nuestra especie, como por parte de los neandertales- y la evolución tecnológica de nuestros antepasados del Paleolítico