Más allá de la riqueza patrimonial que representa el bagaje físico que nos ha dejado el paso de los siglos en forma de templos, fortalezas, ingeniería civil, monumentos y otros lugares con valores culturales, artísticos e históricos, existe un patrimonio mucho menos tangible, aunque en absoluto menos valioso. Se trata de la cultura tradicional, entendiéndola como auténtico valor patrimonial, considerándola como una rica transmisión de generaciones anteriores con gran carga identitaria, merecedora, por tanto, de medidas de protección y de su puesta en relieve, al igual que el patrimonio material.
A pesar de que estos sean valiosos elementos que contribuyen a la diversidad cultural y creatividad de cualquier sociedad, de que constituyan rasgos de identidad de una tierra y de que muchos de ellos se encuentren en grave riesgo de desaparición, el patrimonio inmaterial ha sido el último en considerarse como patrimonio cultural como tal. La artesanía popular, las danzas, las canciones, las leyendas, el léxico, las festividades, son manifestaciones culturales protegidas por la UNESCO desde 2003 y dignas de preservación, al igual que cualquier otro tipo de patrimonio.
En Extremadura existen numerosas muestras de manifestaciones culturales que han pervivido a lo largo del tiempo y que han formado parte de la vida de las personas de forma viva y dinámica. Ello es debido a la profusión de pueblos y culturas que han ido ocupando su territorio a lo largo de los siglos, dejando su impronta y enriqueciendo el acervo cultural. En esta riqueza de patrimonio inmaterial también ha jugado un papel importante el carácter de zona de intercambio cultural que, durante milenios, ha tenido Extremadura. La Vía de la Plata, conexión entre el sur de la Península y el norte, al igual que la red de vías pecuarias, sirvieron de cauces por los que circulaban usos, costumbres y saberes. La cercanía a Portugal qué duda cabe de que también aportó y aporta su influjo a los saberes tradicionales y a las manifestaciones culturales de esta tierra.