El río Guadalupejo contó a lo largo de su cauce con un buen número de ingenios hidráulicos, la mayoría directamente vinculados a la historia del Real Monasterio y de La Puebla de Guadalupe. Estas infraestructuras nos revelan la importancia que tuvieron los cursos de agua para las industrias medievales y la extraordinaria capacidad de los monjes jerónimos para sacar partido de ellos.
Cerca de Guadalupe discurre el río Guadalupejo, declarado corredor ecológico y de biodiversidad por sus valores naturales, entre ellos uno de los mejores bosques galería de Extremadura. Este río atesora un patrimonio cultural bastante singular. Se trata de los distintos proyectos hidráulicos que se abordaron entre los siglos XIV y XV, en su mayor parte relacionados con la prosperidad de la comunidad jerónima del cercano Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. A lo largo del curso de este río se suceden pequeños azudes, batanes, molinos, aceñas y martinetes que han dado lugar a la Ruta de los Molinos.
Una de estas manifestaciones de ingeniería medieval más reseñables es el llamado molino del Batán, también llamado Batán de Arriba, lo que hace suponer que existió otro batán, hoy desaparecido, aguas abajo. Los batanes eran utilizados para dos tareas. Por un lado, para quitar las irregularidades y la grasa a la lana y, por otro, para compactar los tejidos mullidos y convertirlos en otros más prietos. En este caso su cometido era el de procesar los tejidos con los que se elaboraban los hábitos de la orden monástica y los paños que se confeccionaban en el Real Monasterio. Existen antiguas referencias que mencionan estos batanes y la fabricación de paños pardos por parte de los jerónimos.